La carta, dirigida a ella, apremiaba. Urgente , prepoteaba el sobre. "Que yo acabo de leer ese libro... y estoy haciendo unas cosas que no sabía yo que era capaz de hacer... y ahora quiero preguntarle: ¿Qué sigue?", exigía cierta dama desde el remitente. "Pues que no tengo la menor idea –sincera en voz alta Angeles Mastretta, la mujer que se la pasa tendiendo sábanas y deshaciendo lechos para que los personajes de sus historias conozcan la pasión o el desamor–. Ella había leído Mal de amores y allí había una mujer que tenía dos hombres al mismo tiempo y ella quería saber cómo se hacía eso, porque ya le estaba pasando y eso era por culpa mía, y ahora yo tenía que resolver ese problema. Hay lectores que me escriben de manera urgente, un poco como si yo fuera médico psicoanalista, porque leyeron un libro mío." ¿Y cuál fue la respuesta a esa carta? Dije: "No, yo ya estoy muy complicada con los problemas míos. No me puedo hacer cargo de éste". ¿Cuáles serían los tuyos? Se me hace que debe ser difícil justificar una prosa de relatos encendidos en cuestiones amatorias si, como es sabido, desde hace casi treinta años una está casada con el mismo señor (su esposo es el escritor mexicano Héctor Aguilar Camín). Digamos que yo tuve una vida intensa los primeros diez años. Los anteriores a esos treinta. ¿Cómo se hace, de todos modos, para construir universos tan llenos de matices y sutilezas entre esposos, parejas y amantes, durmiendo treinta años con el mismo caballero? Ah, oigo mucho, sin lugar a dudas. Oigo mucho. Luego hay una cosa que me pasa como a los fotógrafos, que le roban cosas a la realidad. Tengo habilidad para imaginarme –de eso se trata lo que hago, pero bueno– situaciones y para fantasear con qué haría yo frente a eso. Cuando escribí A rráncame la vida , tenía yo treinta y un años. Y me dice Verónica, mi hermana, que la acaba de volver a leer: "Oye, Angeles, pero tú, a los treinta y un años, ¿a qué horas habías tratado con un macho de ese tamaño, que tuviera esas actitudes, que fuera así de drástico? No me puedes decir que te lo habías topado. ¿De dónde lo sacaste?". Pues yo supongo que estaba en el aire. Por supuesto, yo nunca tuve una relación como la de Catalina Ascensio –la protagonista de la novela–; nunca viví, hace cincuenta años, con un cacique asesino. Pero, por qué razón no me costó tanto trabajo imaginármelo, no sé. ¿Nunca te hicieron ningún planteo? El varón de la casa, por ejemplo, preguntando: '¿Y esto de dónde lo sacaste? ¿Cómo sabés tanto?'. Dice, muy chistoso: "No creas que no me reconozco en esas historias". Bueno, habría que apuntar en cuáles. Exacto. No le pregunté. Decidí que ése sí era un tema que no podíamos poner sobre la mesa: "¿Cómo? "¿En cuál te reconoces?" No, mejor dejarlo así. Insisto en que en las historias de tus libros –'Arráncame la vida', 'Mujeres de ojos grandes', 'Mal de amores', 'Maridos', por citar algunos– hay demasiados hombres con demasiados matices... En Mujeres de ojos grandes hay uno que me encanta. Hay un amante que le manda una carta a una mujer diciéndole que ya no puede seguir con ella. El marido la recibe y la lee, y se pone furioso contra el amante: "¡Cómo se atreve a decirle a mi mujer que es 'abandonable'!". Y entonces no le dice nada, la cobija y se lleva a los niños para que ella pueda llorar todo el día... Es una historia simpatiquísima y conmovedora. Mira, eso todo me lo inventé, no me pasó nunca ni me lo contó nadie nunca jamás. ¿FEMINISTA YO? Mastretta vive en una calle apretadita de Chapultepec, un barrio del DF mexicano cuyo parque automotor pareciera no acoger a ninguno del millón de autos de más de veinte años de antigüedad que fuman por la ciudad volviendo cada vez más irrespirable para los forasteros la nube que rodea al DF. Aquí se compró hace años una casa chorizo que hoy es, desde la calle Gelati, su platea al paraíso. Hay hasta una Santa Rita que se enamoró del árbol que las reformas respetaron y lo corteja con flores moradas a su alrededor. El otro escritor de la casa, como buen caballero, cedió el altillo de cristal a la madre de sus dos hijos menores –de veintipico–, que ya no viven con ellos. Y ella lo montó como un piso de soltera en el que, curiosamente, no abundan los libros. Sobre el escritorio de Angeles, la laptop titila en un documento de word. El pad para apoyar el mouse recopila fotos familiares; hay dos pares de gafas, un par de aros de esos que apretan demasiado y una agenda de la luna 2008. Está abierta en la primera semana de marzo, donde entre los compromisos pendientes hay una boda en Cozumel. Desde aquí, rodeada de cofres de madera –un ítem reiterativo en la decoración de la planta baja–, Mastretta escribe libros que se leen mucho. El último, Maridos , estuvo, en Buenos Aires, primero en ventas durante este verano. ¿Asumiste como una militancia el hecho de reivindicar a esas mujeres anónimas, fuertes y audaces? ¿Cómo te ven las feministas? Ah, ésa es una cosa que yo también tengo como duda. Porque no vayas a creer que ellas me consideran. Las feministas mexicanas tenían sus serias dudas respecto de si lo que yo hacía era tener unas mujeres con una postura feminista, porque no hacían teoría. ¿Y qué les respondés? Que yo creo que la actitud es teoría. Tú no tienes que escribir un libro, no tienes que ser una teórica de la liberación para hacer con tu vida lo que quieres. Mis mujeres, mis personajes, no tienen detrás una teoría pero sí son muy dueñas de sí mismas. Y esa vocación de ser dueñas de sí mismas está puesta con absoluta conciencia y deliberadamente por mí. Ahora que me lo preguntas, no me lo planteé nunca como una militancia. ¿Qué es entonces? Quizás un acto de fervor. A la hora de contar historias, ¿cuál es el mejor tópico: el amor o el desamor? Es que yo creo que son parte de la misma cosa. Entonces, si cuentas una cosa o cuentas la otra, estás, de todas maneras, hablando de lo mismo. Lo que a mí me parece esencial como lugar para que sucedan las cosas de mis libros es la pareja. Sí, la necesito. Incluso en Maridos , hay pareja hombre- hombre y pareja mujer-mujer, pero sí necesito a la pareja y sí necesito al triángulo, como está en A rráncame la vida con toda claridad, y en Mal de amores . Necesito ese tejido. Me intriga, me entretiene. NO ME SUBESTIMEN ¿Existe la llamada literatura latinoamericana para mujeres? Donde siempre surge tu nombre, el de Isabel Allende, el de... Qué complicado, ¿verdad? Qué complicado. ¿Suena a subestimación? Sí, claro. ¿Por qué no hay pediatras femeninas o cardiólogas femeninas? Yo sí creo que hay tal cosa como la literatura, y que eso es lo importante. Lo ideal es que te lean como un escritor. Bueno... Karen Blixen –escritora danesa, (1885-1962)– lo tenía clarísimo. Escribió con el nombre de un hombre y se puso Isak Dinesen. Además, las mujeres están leyendo mucha más ficción que los hombres. Entonces, bueno, ¿qué pasa que muchas veces las mujeres leen mujeres? ¿Se sienten cerca de las que cuentan historias? Yo hago lo que sé cómo se hace. Cuento historias y muchas veces las protagonistas son mujeres. Pues sí, pues yo vivo adentro de una. Tiene lógica. Nadie le pregunta al Gabo García Márquez por qué Aureliano Buendía es más importante que ningún otro personaje. Pues bueno, lo escribió él, él quiso que Aureliano fuera más importante, incluso, que Ursula. ¿Te sentís discriminada? Bueno, esto sigue siendo... sí sigue siendo discriminación. Es inevitable. Pero al mismo tiempo, yo creo que hay que verlo de las dos maneras. También pasa que hay mucha gente que se acerca a esos libros por eso. Yo siempre decía: "No, no hay tal cosa como la literatura femenina. Hay la buena y la mala literatura y ahí hay mujeres que sirven y hombres que sirven". Pero he ido aprendiendo que hay un matiz. Y que sí escribo desde los ojos y desde la experiencia de una mujer. Porque no es verdad que escribes dentro de un andrógino ni dentro de un hombre; escribo dentro de ésta que soy yo. Sin embargo no hay literatura masculina y hay escritores varones que se meten a contar historias con personajes femeninos como una Ana Karenina (de León Tolstoi) o una Madame Bovary (de Gustave Flaubert). Exactamente. Nadie le dice: "Ah, usted escribió ahí como hombre". Y la verdad es que sí podríamos pensar que escribió como hombre. Y que por eso Ana y Emma son drásticamente castigadas. Las mujeres de Jane Austen no quedan así de castigadas. En lo personal, hacer un libro que no termine con cuatro gotas de esperanza, no sé si puedo. Un crítico adjudicó a tu optimismo que Madame Bovary en tus manos no se hubiera suicidado. ¿Qué otro final de novelas memorables cambiarías? Bueno, mira, soy una gran admiradora de Jane Austen y no cambiaría uno solo de sus finales. Tengo una preocupante relación con el suicidio. Yo sí creo que... por ejemplo, toda la vitalidad y la audacia de Ana Karenina, en el momento en el que Tolstoi hace que enloquezca un poco y que luego se suicide, la castiga. A Ana Karenina y a Madame Bovary , sin lugar a dudas les cambiaría el final. Ahora está clarísimo que así tenía que pasar. Emma Bovary lo que quiere es el absoluto. También Ana Karenina. Y también yo. También todos nosotros... A ver, ¿qué más?... No cambiaría, sin embargo, los finales de las tragedias griegas. LA HISTORIA DE UN FANTASMA Las mujeres de 'Maridos', ¿son más escépticas o más realistas que las anteriores? Muchas de ellas parten de la infidelidad del varón, conviven con mayor naturalidad con la deslealtad del compañero y hasta hay algunas que fantasean con un engaño que no ocurre en la realidad. Se parecen más a nosotras, ¿no? Yo creo que, además, ahí hay una mirada de una mujer de cincuenta años –Mastretta cumplirá 60 el año que viene–. Muchas de estas mujeres tienen también una doble cosa respecto de sus propias vidas. Tienen también una comprensión de sí mismas. Creo que son mujeres muy juguetonas. Son abiertas, son inteligentes. ¿Por qué la historia que da marco a los relatos, la de Julia Corzas, nunca se cuenta? Yo empecé el libro diciendo: "Vamos viendo que una mujer cuente historias". Tenía planeado que la historia de ella se fuera contando en los intersticios, pero se hacía muy pesado. Ahorita que lo pienso y lo platico contigo, digo: "Y, bueno, igual debí de haber ido contando cosas en medio"... Pero ahí puede haber una historia; finalmente, yo ahora puedo decir: "Ya tengo el principio de un libro". El principio de un libro que va a ser: "Julia Corzas tuvo varios maridos. El primero, su padre; el segundo, su abuelo; el tercero, un fantasma; con el cuarto, se casó". Entonces, el libro es la historia del fantasma. Tendríamos que tomar nota de esto, antes de que desaparezca como te pasó en 2004 con una novela entera, ¿no? Ah, sí. Pero luego apareció. Era malísima. Yo creo que quería hacerme el favor de desaparecer. Lo que estuvo bien es que me recuperaron el anecdotario que hace diez años que escribo... ¿Llevás un diario? ¿Y alguna vez volvés sobre lo que escribiste ahí? Es como un diario, pero le llamo anecdotario porque no lo escribo todos los días. Y un poco también para reírme de mí en esta cosa de que lo que no es importante es anecdótico. De repente, escribo qué hubo de comer, qué ropa se puso mi hija y qué se dijo en un desayuno familiar. No creo que lo vaya a guardar, no le va a interesar a nadie. Está lleno de domesticidad. No creo que de ahí se pueda hacer un libro, pero yo creo que para mí va a ser muy útil, para todos los ejercicios que hay que hacer contra el Alzheimer es buenísimo. También es muy bueno para solucionar algunos de mis problemas conyugales, por supuesto. Como, por ejemplo, cuando empezamos a discutir con "¡Eso pasó en el 2004!", "Mentira, pasó en el 2003", "No, mentira, fue en el 2004". "Tú dijiste, yo dije..." y así hasta el infinito. Entonces voy rápidamente al anecdotario, lo miro y le digo: "Mira, así pasó". ELLA Y ELLOS ¿Hay varones que leen tus libros? Es que hay un público de hombres que no pasa frente a mis libros. No es que no les gusten, es que no va a ellos. Pero los que van, se quedan. Y se vuelven muy amigos de lo que hago. Y muchas veces, sos son muy buenos lectores. Tanto lo fueron que hasta se tomaron el trabajo de llegar incluso a un libro mío. ¿Cuál es la marca en el orillo Mastretta? ¿Cuál es tu sello personal? ¿Qué da Mastretta que no da ningún otro autor? No, eso... ¡qué bueno que no me toca decirlo a mí! ¡Eso te toca decirlo a ti! Yo sí te digo que hay un tono, un ritmo en las cosas que cuento. Como hay una forma de cortar en ciertas modistas. Creo que es como cuando bailas, pues bailas con el cuerpo que tienes. Extiendes tus brazos hasta donde te alcanzan y te mueves tan rápido como puedes. Y eso se acaba teniendo que notar en lo que haces. Supongo que ésa es la diferencia entre hacer literatura y hacer redacción correcta. Entonces, no sé exactamente qué sea... pero espero que haya tal cosa como que tú puedas ver, que tú puedas estar delante de un texto mío y que alguien te lo lea y que tú digas: "Ah, creo que es de Angeles Mastretta". Eso sería maravilloso. Ya estaría yo del otro lado en la vida, ¿no? Si así fuera, ya estoy hecha.
Fuente: Clarin.com
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