martes, 3 de junio de 2008
El auto como musa inspiradora: un viaje en la gran máquina cultural
Qué sería de Elvis Presley sin su Cadillac rosa?, ¿y qué de Sandro, sin sus sensuales autos descapotables?, ¿qué efecto habrían hecho las primeras fotos eróticas hacia 1920 sin la compañía visual de un auto?, ¿cómo habría sido la vida y la muerte de James Dean sin su Porsche 550 Spyder?Al pensar estas respuestas, al imaginar la vida sin el automóvil, puede aparecer un vacío en la historia del arte y la vida cotidiana. Un vacío, porque el auto disparó en el imaginario cultural del siglo XX innumerables representaciones artísticas, que ya son parte de nuestra vida. El auto provocó una revolución cultural. Y esto fue así desde que nació como un juguete de los millonarios hasta que se masificó, en 1908, con el espartano Ford T creado por Henry Ford en Detroit.Es que el auto no sólo se convirtió en un objeto de uso cotidiano. Su significado trascendió el mundo de la mecánica y el transporte. El auto se transformó en un fetiche, un objeto de distinción, libertad, rebeldía, un símbolo de potencia sexual. El arte captó todo eso y lo representó. El investigador uruguayo Guillermo Giucci, autor del libro La vida cultural del automóvil. Rutas de la modernidad cinética -que acaba de editar la Universidad Nacional de Quilmes y la editorial Prometeo- afirma que el auto "es una gran proyección del hombre y en él puede verse la relación entre la expresión artística y la sociedad. Allí puede observarse como se van adaptando las nuevas tecnologías a la cultura". Giucci, docente en la Universidad de Río de Janeiro -enseñó también en Stanford, Los Angeles y Poitiers- es un experto en temas de cultura moderna, premiado con las prestigiosas becas Guggenheim y Tinker. Su libro pone al auto frente a un imaginario espejo donde se lo ve como una máquina cultural. "Hay muchas historias del auto desde el punto de vista técnico -explica el autor- pero mi objetivo fue presentar la trayectoria cultural del automóvil, eso permite pasear por una época y su cultura".Signo de progreso y modernización, el auto fue apropiado por las vanguardias artísticas de comienzos del siglo XX como el Futurismo italiano, que lo vio como símbolo de ruptura con el arte tradicional. Hacia el año 1909, al grito de "matemos al claro de luna", los futuristas liderados por Filippo Marinetti -quien luego sería un entusiasta de Mussolini- vieron en la civilización del automóvil un signo de la velocidad típica de los nuevos tiempos, una fuerza que arrasaba con el pasado y con las tradiciones del arte clásico. Esto es: una coupé Bugatti era tan hermosa, o más, que una estatua griega. Giucci apunta que Marinetti "llevó al extremo artístico una pasión colectiva por el objeto técnico", transformó al auto "en un emblema del aniquilamiento del tiempo y del espacio". Con el Futurismo italiano, dice Giucci, "el auto pasó a ser una extensión del ser humano, una prótesis". Si el siglo XX vió crecer el pro tagonismo de las mujeres en la vida pública, el automóvil fue un símbolo de su liberación. Un ejemplo es el cuadro de 1925 Autorretrato, de la artista polaca Tamara Lempicka, donde se la ve al volante de una Bugatti. Esta obra, señala Giucci, "atestigua la importancia del automóvil como signo de la liberación. Al contrario de Marinetti, Lempicka optó por una versión estática del movimiento, pero en esa versión la mujer dominaba el volante, es decir, el mundo". Esta imagen representaba "el sueño de control y de distinción. Hay algo de la mujer fatal en Lempicka, algo que se apoderaba de los emblemas masculinos y los dirigía a su gusto. También la colocaba como dueña de la tecnología, sin perder su dimensión femenina". El proletariado, la alienación, el sistema de montaje en cadena creado por Henry Ford, también inspiraron a muchos. El auto, la fe en la mecánica, la estética de la máquina, podían ser indistintamente una inspiración para fascistas o comunistas. Es el caso del escritor francés Louis Ferdinand Celine -quien adhirió al nazismo en los años 30- con su novela "Viaje al fin de la noche". Es el caso del muralista mexicano Diego Rivera -ícono de la izquierda cultural latinoamericana- quién, contratado por la familia Ford, pintó los murales de "Industria en Detroit" a fines de los años 20 en Estados Unidos, donde captó el interior de la fábrica, el movimiento y la energía del proceso industrial.En tiempos donde la velocidad se tornaba símbolo de la modernidad, la poesía tomó al automóvil como metáfora. En Latinoamérica, "la poesía fue especialmente sensible a esta unión de modernidad y tradición, representada por el auto. Los poetas de la vanguardia descubrieron nuevos temas para marcar sus diferencias con la generación anterior: la velocidad y vértigo de la vida moderna", explica Giucci. Es el caso del poeta brasileño Mario de Andrade -entre muchos otros- que escribía: "El amor existe. Pero anda en automóvil". Las marcas que el progreso dejaba en la sociedad con el auto como símbolo, revelaban su complejidad. Podía ser un símbolo de avance o de decadencia. Roberto Arlt en muchas de sus Aguafuertes Porteñas dio cuenta de eso, como en "El paraíso de los Inventores", donde habla de los cementerios de autos.Alarmado, un ensayista como Ezequiel Martínez Estrada marcaba que los choferes tenían "una actitud antisocial, que en algunos casos se convertía en instinto criminal". El auto aparecía como un arma asesina y el peatón, una víctima indefensa. Martínez Estrada también entendía que el automóvil aparecía como una extensión de la propiedad privada, que avanzaba peligrosamente sobre el espacio público. El auto podía generar pesadillas: hacia 1973 el escritor estadounidense J. G. Ballard contaría en su relato "Crash" -adaptado al cine en 1996 por David Cronenberg- la historia de un grupo de personas que se excita sexualmente con los accidentes de autos.También es cierto que, para los adolescentes que maduraron en la década de 1950, el auto era un signo de independencia. El rock reflejó eso en películas como Hot Rod Gang -filmada en 1958 con el cantante Gene Vincent- donde se veía a jóvenes que preparaban sus autos para correr picadas. Elvis Presley usó, como una extensión de sí mismo, un Cadillac rosa que hacía pasear -mientras él se quedaba en su casa- con un chofer, para complacer a sus fans. ¿Y qué decir del Rolls Royce de los Beatles, símbolo de la psicodelia de los años 60? Sin duda, el auto cambió el mundo. El teórico francés Roland Barthes decía que un Citröen era "el mejor mensajero de un mundo que excede al de la naturaleza". Ya en 1920 el poeta mexicano Salvador Novo lo intuía, cuando dijo que ese nuevo mundo nació el día en que Henry Ford "anegó de hormigas las calles del universo".
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